Aunque los lazos materiales desaparecen con a muerte de un Ser Querido,
los espirituales se fortalecen cuando nos unimos con ellos en oración.
12/04/2019
Este es el relato de mi experiencia de “el vuelo de la mariposa” que hice por skype el 23 de septiembre de 2017
Ese día conseguí seguir la meditación y dejé que mi mente fuera libre. En mi vuelo siempre están mi marido y mi hijo, de hecho, somos los tres adolescentes que me imagino van a pasar el día al campo despreocupados de todo. Ellos van vestidos de calle; mi hijo con sus pantalones slim ajustados, zapatillas, su camisa y su corbata; mi marido con pantalones cortos, un polo y zapatillas blancas y, yo, con un vestido negro y descalza.
“Ese día conseguí seguir la meditación y dejé que mi mente fuera libre. En mi vuelo siempre están mi marido y mi hijo, de hecho, somos los tres adolescentes que me imagino van a pasar el día al campo despreocupados de todo. Ellos van vestidos de calle; mi hijo con sus pantalones slim ajustados, zapatillas, su camisa y su corbata; mi marido con pantalones cortos, un polo y zapatillas blancas y, yo, con un vestido negro y descalza. Lo primero que hacemos es abrazarnos durante un rato largo, el suficiente para sentir nuestro calor; después formamos un círculo uniendo nuestras manos y miramos al sol, imaginando que un rayo se proyecta desde arriba y alcanza cada uno de nuestros corazones, permaneciendo así hasta que cada uno de nosotros va desapareciendo. Es entonces cuando me quedo sola y viene a mi mano una semilla brillante de la que van creciendo tallos verdes y flores de muchos colores. Lo abrazo, lo acaricio y después de susurrarle que me voy a ir a explorar el sitio donde estoy, lo dejo en el suelo plantado, pero no se queda solo, lo dejo cuidado por el perrito que mi hijo nos dejó.
A medida que me voy alejando del ramo y acercando al bosque de color verde oscuro, va apareciendo un árbol de un verde clarito, tronco esponjoso y muy mimoso; permanecemos en silencio y después él me sube a su copa; le doy las gracias y me ofrece una cesta llena de polvo de estrellas. Comienzo a mirar el horizonte.
A partir de este momento y en este segundo vuelo, todo lo que relato a continuación surgió de forma espontánea de mi mente sin que yo lo evocara. El paisaje es casi siempre verde y digo casi siempre porque no veo un único sitio, sino lugares difusos y cambiantes.
De repente veo muchos árboles y praderas muy verdes, como cuando tienen abundancia de agua, pero sin apenas pasar unos segundos se convierten en montañas nevadas o en paisajes que tienen un río muy largo que discurre entre montañas o, de repente se torna todo azul donde se fusiona el cielo con el mar. Todo cambia rápido, nada queda quieto.
Comienzo a volar sin prisa, lentamente, sobre la pradera y como por arte de magia viene un animalito: "es Bambi", pero no es real, ¡ es un dibujo animado ¡. Es como si le hubieran perfilado la silueta con un rotulador brillante y pintado el cuerpo de color blanco su lomo y su cabeza y el resto del cuerpo de un azul clarito mezclado con blanco brillante. Emite luz y cuando nos acercamos el uno al otro, no hablamos, sólo permanecemos en silencio. Las palabras no son necesarias, no las necesitamos, sólo observamos juntos el paisaje que continúa cambiando rápidamente. Bambi no puede volar, pero no importa, derramo parte del polvo de estrellas al aire y al momento se construyen unas escaleras de peldaños resplandecientes. Comenzamos a subirlos y cuando estamos en el último, llegamos a un mirador. Frente a nosotros, hay un río que se pierde entre las montañas. Nos sentamos y miramos; le acaricio, es muy mimoso, como el árbol, y la compañía mutua nos regala paz. El sueño continua sorprendiéndonos porque aparece un conejito que a diferencia de Bambi, ¡ si es real ¡; entre ellos parece como si ya se conocieran. Seguimos los tres en silencio, pero sentimos la necesidad de continuar el camino y vuelvo a espolvorear polvo de estrellas; ahora sí, los tres podemos volar y emprendemos viaje hacia el paisaje lleno de montañas, ríos y flores. Aparece un túnel y nos adentramos en él; es largo y estrecho pero también con mucha luz. Al final de este túnel vemos el árbol que me subió a su copa y un poco más adelante, chiquititos, muy chiquititos, vemos al ramo de flores junto al perrito de mi hijo. Los dos están tranquilos. Nos acercamos a ellos y el perrito corre a saludar al conejito y a Bambi; parece que también se conocen porque todos mueven su rabito. Dejamos de nuevo el ramo y al perrito y continuamos nuestro viaje para seguir explorando lugares que el sueño y esta aventuran me siguen regalando.
El silencio y su presencia me calman, es como si no hiciera falta nada más, pero tras este tiempo de paz, siento que debo despedirme de ellos y volver. Se alejan y yo regreso de nuevo, sobrevolando el árbol amigo, al lugar donde está el ramo de flores; el perrito lo ha cuidado muy bien porque ambos se sienten felices y éste olisquea el ramo suavemente; le digo que es hora de regresar a casa, que lo ha hecho muy bien y que es “un buen cuidador de ramos de flores”. Recojo el ramo con suavidad como si fuera un bebé, lo abrazo y le explico que tengo que volver con mis dos amigos, mi hijo y mi marido. El ramo lo comprende y lo entiende y, muy lentamente, va replegando sus ramas y flores hasta quedar de nuevo dentro de la semilla que está situada en la de mi mano.
Me acerco al círculo donde han vuelto a aparecer mi marido y mi hijo. Nos abrazamos los tres y en ese mismo momento la semilla salta de mi mano y se introduce en los tres corazones. Es hora de despedirse, ninguno queremos, pero no tenemos pena porque sabemos que volveremos a vernos.
Con las manos unidas levantamos la cabeza hacia el cielo y observamos como el rayo de luz brillante que nos une a los tres va desapareciendo, se eleva hacia el cielo cerrándose el círculo y dando paso a un cielo azul. Tenemos que despedirnos de nuestro hijo, así que lo abrazamos de nuevo y lo dejamos partir; se aleja, nos dice adiós con la mano y se adentra en el bosque. Su padre y yo nos quedamos mirando hasta que desaparece, nos damos la mano y nos vamos junto al perrito para emprender el camino de vuelta a casa.
No sé si Bambi es mi hijo, pero no siento necesidad, no tengo prisa en este vuelo por saberlo, quizás porque tengo miedo, no lo sé. Quiero creer que si Bambi es él, sabrá cuando decírmelo, él escogerá el momento adecuado para hacerlo.