Aunque los lazos materiales desaparecen con a muerte de un Ser Querido,

los espirituales se fortalecen cuando nos unimos con ellos en oración.

El Vuelo de la Mariposa

Victoria: Relato de vuelo

13/04/2019

Victoria: Relato de vuelo

Tarde del 13 de marzo del 2003. Las 16 horas y 10 minutos.

Unas palmadas en el agua son la señal, un ángel sumergido es la imagen. Mi corazón grita sin poder más y mi alma se sumerge en él, tan hondo que soy incapaz de alcanzarla, que me está costando media vida que vuelva junto a mi corazón.


Tarde del 13 de marzo del 2003. Las 16 horas y 10 minutos.

Unas palmadas en el agua son la señal, un ángel sumergido es la imagen. Mi corazón grita sin poder más y mi alma se sumerge en él, tan hondo que soy incapaz de alcanzarla, que me está costando media vida que vuelva junto a mi corazón.

Mi hijo está muerto, ¡ha muerto! ¡No puede ser! Ambulancias, hospitales, 16 horas de desesperación, gente por los pasillos, lágrimas con sangre en los ojos de mi madre: ¡inconsolable¡ Mis amigos arropan el dolor, y yo contengo el llanto. No me lo puedo creer. ¡Es imposible! Siento el rencor y el remordimiento de una criminal. ¡He matado a mi hijo! ¿Cómo lo he dejado solo esos 5 minutos? Cinco minutos que le han costado la vida. Yo soy su madre, lo único que tiene, y le he dejado. ¡Mala persona, mala madre, loca!

Todos esos pensamientos pasan por mi cabeza, ésos y el deseo de hundirme con él, pero la voz de una mujer, mi hermana que está junto a mí me dice: “Tranquila, tu hijo se acaba de ir con la abuela, ella lo va a cuidar” ¡Mi hijo muerto, con mi abuela muerta, qué dices!

Mi hermana me asegura: “Es la verdad”... Y yo me rompo en el silencio buscando una escapatoria de ese infierno. Sigo sin poder creer lo que me está pasando.

Dos días después, con toda mi familia; trajes de negro, ojos empapados, un ataúd blanco marca las horas del final, un rumor de católicos rezando un rosario son su despedida, y yo negando la existencia de Dios y negándome a mí misma. Yo, la que podía con todo, ¡y ahora no puedo ni siquiera sujetar el chupete que fue de mi hijo!

Todo se calla, me voy, me voy de nuevo al sitio donde empecé a crear mis ilusiones y que ahora huele a podrido, solo un retrato a tamaño natural en la entrada de mi casa es mi menudo consuelo.

Tres meses después de la muerte de Diego: Durante el primer mes estaba ausente, todavía le esperaba. En el segundo empecé a darme cuenta de que no era un sueño, ¡... se fue para siempre! El tercero me volví loca, loca de verdad, sin solución.

Pero una noche de junio, cercano el día en el que mi hijo podría cumplir su primer año, mi pareja me despertó y me dijo: “Ha estado aquí una mujer vestida de blanco. Estaba cerca del baúl, a los pies de la cama, y te sonreía feliz. ¡Victoria, están contigo!” En ese momento él rompió a llorar. ¿Que, ¡mi hijo ha estado aquí!?, respondí, y después le dije: “¡Pero si tú no crees en esas cosas!”. Y él contestó seguro de lo que decía: “No creo, pero le he visto, ha estado aquí, y te ama”. En aquel momento miré al Cielo y pensé: Si él no cree y lo ha visto, tiene que ser verdad. Y mirando al baúl, mi corazón gritó un ¡Te amo hijo mío, te amo Diego!

Estuve unos días, meditando, pero no dudaba, sabía que eso era real, tenía la certeza. No sé por qué, pero algo dentro de mí decía que era verdad. Quizá algo a qué sujetarme, pero estaba convencida.

Y, poco tiempo después encontré a un loco, ¡un loco de amor!, que me habló y me dijo “Vuela, vuela con tu hijo, mira a las mariposas, ves qué fácil es volar, está muy cerca de ti y viajar con él es fácil. Ven a mi casa, ven con nosotros, con mi hija que también está cerca, junto a tu hijo”. Destino, casualidad. ¡¡¡ Dios!!!, yo qué sé, pero qué sensación más bella.

Entré a ese hogar abierto una tarde, una tarde maravillosa, Iba acompañada de mi madre, o lo que quedaba de ella. Se respiraba amor, en esa casa, se respiraba vida y se respiraba emoción en los rostros de Ana Mari y José Luis... Y me ofrecieron todo. Les di las gracias, y les dije que quería emprender “El vuelo de la mariposa”, ellos me dijeron. “¡Adelante, vamos allá¡”.

No llegué a dormirme, y guiada por la voz de José Luis empecé a volar. Y volé. ¡Vaya que si volé! Y rescaté mi alma hundida. No era un sueño, no es lo mismo, se respiraba paz y armonía, y se sentían los colores en el cuerpo. ¡Qué guapo estaba¡ ¡¡Diego, hijo mío!! Sentado en el suelo, con un peto rojo, el pelo rubio y los ojos de su padre. Nos abrazamos, lo llené de besos y abrazos, lloré, reía y me emocioné. ¡¡Estaba con mi hijo, como es posible!! Y está vivo. ¡¡¡VIVO!!!

 

DIEGO.-Mamá, por qué me dejaste aquí, te echo de menos y a mi abuelita también. ¿Dónde están los tíos, donde está Abdul?

YO.- No sabía que decir: él nos esperaba allí a todos. Le expliqué como pude, guiada por José Luis, y después no deje de decirle que le amaba. Él no sabía nada de lo que había pasado, no había vivido mi desesperación cuando murió, porque no había muerto, sólo se fue a otro sitio, pero siempre cerca de mí. ¡¡¡ Dios mío, que grande eres!!! ¡¡Gracias¡¡ Negué demasiado a Dios en los últimos tiempos, y de nuevo volvía a sentir la tranquilidad de saber que me estaba arropando.

DIEGO.- Mama, la tía Eva, me regaló una cruz cuando yo nací, póntela.

YO.- Hijo, ¿qué cruz? No sé nada de esa cruz.

MI MADRE.- Estaba hundida en su dolor, y cuando ella me oyó decir lo de la cruz, su cara se iluminó y me dijo: “Hija, es verdad, la tengo yo en casa, no se la poníamos porque era muy pequeño, pero tu hermana se la regaló. Se la encontró antes de que el naciera, luego le compro una cadena para ponérsela cuando tu dieras a luz”.

YO.- Llorando, emocionada, encantada, con tanta verdad, alrededor mío. Al lado de mi hijo, tanto amor, tanto cariño. ¡¡¡Gracias, gracias, Dios mío de nuevo!!!

DIEGO.- Me besa y le dice a mi madre que: “eso que tú le pides a la abuela no va a pasar todavía, no es tu momento. Abuela te quiero mucho, estoy mucho contigo y con la tía. Tú lo sabes, me has visto, me has oído. No enciendas tantas velas, ¡te echo de menos!”.

MI MADRE.- Lloraba entre la sorpresa y la alegría.

DIGO.- ¡Me voy! me dijo, y me volvió a abrazar.

YO.- No me da tiempo a retenerlo, no puedo y un segundo después me encontraba de nuevo con todos ellos.

En el ambiente una especie de satisfacción, risas y emoción, mucha emoción. ¿Cómo podía ser? Yo no sabía esas cosas y mi hijo me las ha dicho, no podía ser otro.

¡Cuánto le amaba! ¡Cuánto amor sentí por los otros padres unidos por el dolor! Si se dieran cuenta, también para ellos todo sería distinto, Si pudieran saber que somos los padres de los niños de la muerte, pero también padres de los ángeles que siempre están cerca, que se balancean en el aire al lado de nuestra piel, que nos susurran una “nana” cada noche al dormir, y que son capaces de mover el mundo, o cada mundo particular... ¡Cuando sepan que nuestros hijos viven llenos de amor, y que con él nos llenan a nosotros también! ¡¡Oh!! Cuando lo sepan, cuando los vean y los sientan como yo acabo de hacerlo...

Toda mi vida, he tenido una falta de cariño importancia debido a mi situación familiar. Tengo 23 años, pero nunca había amado tanto de verdad. Ahora, y gracias a mi hijo, empiezo a descubrir el amor, el amor en esencia pura, amar por amar, sin nada más. El amor no tiene nada más, solo eso: Amor, inexplicable. No vemos su cuerpo como antes, pero el Amor hace que estén con nosotros. Mi hijo, y lo sucedido con él, me ha enseñado la lección más importante de mi vida. Todavía lo echo de menos físicamente. A veces me duele no tenerlo para acariciar su carita, pero sé que él está ¡y está bien!

Mi hijo no es sólo un recuerdo porque he visto la verdad. La verdad es más real, más esencial, ¡es más vital! Y la verdad que he descubierto es que, gracias a Dios, gracias al Amor que desde él fluye sin cesar: ¡nada!, incluso lo que llamamos muerte, puede romper los lazos de los corazones eternamente unidos por el amor, porque ahora he conocido que el AMOR es Dios, y Dios no puede morir.